Caminar sobre el vacío
- Mario A. Venegas Borrás
- 28 may
- 3 Min. de lectura
Un hombre camina sobre una cuerda. Hay arnés y cuerda de vida... No hay red. No hay plan B. Solo el cuerpo. La respiración. El abismo. Y allá abajo, muy lejos, el mundo sigue. Autos, noticieros, oficinas, la lógica del capital girando como un engranaje oxidado. Pero arriba, en Carmen de Carupa, ocurre algo excepcional.
Una comunidad se reúne. No hay tarimas. No hay flashes. No hay medallas de oro ni himnos oficiales. Solo amigos.

Slackliners. Soñadores con los pies en el aire. Vienen a apoyar a Diego Molano, un joven que representará a Colombia en el Mundial de Highline en Brasil. Un joven que no encaja. Que no vende camisetas. Que no grita goles. Uno de esos deportistas que no caben en el prime time… pero que sí caben en el futuro.
Porque el highline no es un deporte. Es una forma de resistencia. Una respuesta a este mundo que quiere controlarlo todo. Una cuerda tensada entre dos puntos imposibles. Y un cuerpo que se niega a caer.
Mientras más alto suben, más hondo tocan.
¿Qué dice de un país que sus atletas alternativos tengan que autofinanciar sus sueños?
¿Qué dice de nosotros que apoyemos solo lo que brilla en pantalla?
¿Qué dice del deporte si no es también una forma de rebelión?
En Carupa se está tejiendo otra historia. No la del triunfo individual, sino la del paso colectivo. La de quienes se abrazan antes de subir. la de quienes entienden que caminar sobre la cuerda es también caminar sobre el miedo.
Y cada paso que Diego da allá arriba es un mensaje cifrado:
“Estamos vivos. Y vamos juntos.”

La fuerza de un deporte emergente: highline como expresión de incidencia global
En términos técnicos, el highline es una modalidad del slackline que se practica a gran altura, generalmente sobre cañones, estructuras urbanas o entornos naturales elevados. Requiere concentración extrema, entrenamiento físico especializado y control emocional. Aunque su popularidad ha crecido globalmente en la última década, en América Latina aún es un campo en expansión.
Carupa, municipio cundinamarqués, será este sábado el epicentro de un encuentro clave. Reunirá a varios de los mejores exponentes del país con un objetivo claro: apoyar y entrenar junto a Diego Molano, uno de los deportistas nacionales seleccionados para participar en el Mundial de Highline en Brasil.
Este tipo de eventos va más allá del entrenamiento técnico. Funcionan como plataformas de visibilidad y movilización colectiva. En ausencia de apoyo institucional masivo, son las comunidades las que sostienen —literal y simbólicamente— a quienes se atreven a cruzar el abismo.
¿Por qué es importante?
Porque cada representación internacional de un deporte alternativo latinoamericano desafía la hegemonía de los modelos tradicionales del deporte-empresa. Porque permite repensar las políticas públicas de apoyo al deporte desde una mirada inclusiva, sostenible y territorial. Porque convierte al cuerpo en bandera. Porque promueve una ética de lo posible: esa que no nace del espectáculo, sino del ensayo, el riesgo compartido y la constancia silenciosa.
Diego no es solo un atleta. Es un símbolo de lo que este país puede lograr cuando la cuerda no se rompe, cuando el suelo no es el destino inevitable, cuando se apuesta por narrativas nuevas donde deporte, arte, resistencia y comunidad convergen.
El highline, desde Carupa al mundo, es un acto de fe: Creer que otra forma de estar en el aire —y en el mundo— es posible.
Del 30 de mayo al 2 de junio, el cielo de Carmen de Carupa será escenario de la segunda edición de uno de los encuentros de highline más hermosos de Colombia.
Durante cuatro días, habrá competencias mixtas con premiación equitativa, cuatro líneas de vértigo entre 120 y 180 metros, y un ambiente de hermandad a casi 3000 metros sobre el nivel del mar. Si usted sintoniza con los sueños que caminan sobre el abismo, súmese: participe, apoye, comparta. La montaña espera, la cuerda está lista… y el salto es colectivo.
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